—El principito se fue nuevamente a ver a las rosas:
No sois en absoluto
parecidas a mi rosa: no sois nada aún —les dijo—. Nadie os ha domesticado y no
habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro
semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el
mundo.
—Y las rosas se sintieron bien molestas.
—Sois bellas, pero estáis
vacías —les dijo todavía—. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un
transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más
importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado.
Puesto que es ella la rosa quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa
cuyas orugas maté ( salvo dos o tres que se hicieron mariposas ). Puesto que es
ella la rosa quien escuché quejarse, o alabarse, o aún, algunas veces, callarse.
Puesto que ella es mi rosa.
—Y volvió hacia el zorro:
—Adiós,
dijo.
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve
sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Lo esencial es
invisible a los ojos —repitió el principito—, a fin de acordarse.
El tiempo
que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
El tiempo que
perdí por mi rosa... —dijo el principito—, a fin de acordarse.
Los hombres
han olvidado esta verdad —dijo el zorro—. Pero tú no debes olvidarla.
Eres
responsable de tu rosa...
Soy responsable de mi rosa... —repitió el
principito—, a fin de acordarse.
domingo, 20 de mayo de 2012
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