¿Cuánto
tiempo ha pasado sin poder verte, olerte y sentirte a mi lado? Cuento los días,
meses, minutos… y como náufrago en una isla, acabo por perder la cuenta,
negándome a ver la realidad: sospecho que como niño malévolo, te gusta jugar
con mi ansiedad, retar mi capacidad de resistencia ante la lejanía tu tacto.
Al
reconocer tu indiferencia, tu silencio, que como témpano de hielo se comportan
frente al fuego que representan mis deseos por ti, recurro al juego de la
desmemoria, pretendo olvidar, comenzar de cero e iniciar una nueva vida,
dejando atrás el atuendo del pasado.
Así parece,
al comienzo de cada día, las afirmaciones, los buenos deseos, el pensamiento
positivo, someten a ese tilcuate, que
desde la madrugada se desliza sensual desde la planta de mis pies hasta los
rizos de mis cabellos.
El día
transcurre, pero la noche llega, la luna se aferra y el calor intenso de esta
época, despierta con inmenso placer, la sangre fría del “sometido” reptil, que
de nueva cuenta, insolente se libera, humedeciéndome, tatuando con tu recuerdo,
cada centímetro de mi piel, apenas presiona ligeramente mi pecho y me hace
gritar tu nombre, invocarte: ¿ahora qué haré? ¿a dónde pondré, a quién daré las
caricias, las palabras, los besos, toda la pasión y la ternura que ya no
quieres aceptarme?